Fuente: consumer (16 de enero de 2012)
Autor: Por NATÀLIA GIMFERRER MORATÓ
La EFSA estimó en 2008 que la biodisponibilidad de aluminio en humanos era baja, del 0,1% en alimentos y del 0,3% en agua de consumo. Se calcula que la carga total de aluminio en el cuerpo humano oscila entre 30 mg y 50 mg por cada kg de peso corporal. La mitad se distribuye en el esqueleto y el resto se reparte entre la piel, el tracto gastrointestinal, nódulos linfáticos y otros tejidos blandos. En animales de laboratorio, se han hallado restos de aluminio en el bazo, hígado, huesos, riñones, corazón, pulmones y en el cerebro, después de la ingesta oral de este elemento. A pesar de ello, los expertos mantienen en vigor el estudio realizado en 2008 y aseguran que el aluminio no conlleva riesgo de efectos secundarios.
Este metal se absorbe a través del estómago y los intestinos y se excreta por los riñones. Según el estudio, se estima que se absorbe menos de un 1% del aluminio ingerido y representa un 0,01% en relación con los otros constituyentes presentes en el global de la ingesta diaria de alimentos. Los expertos estiman que su consumo a través de los alimentos no supone ningún riesgo para la salud.
Dieta, principal vía de entrada de aluminio
Vegetales, té y especias son los alimentos con un índice más elevado de aluminio.
La dieta es la principal puerta de entrada de aluminio en el organismo humano. La mayoría de alimentos lo contienen, ya que es un metal omnipresente en el medio ambiente. Los vegetales, el té o las especias tienen el índice más elevado en aluminio, mientras que la carne apenas contiene restos. Según la EFSA, la ingesta diaria procedente de la dieta oscila entre tres y diez miligramos, en función del tipo de alimento y su contenido en aluminio. Estos alimentos están elaborados con sales de aluminio (no autorizadas en todo el mundo), lo que provoca que la cantidad de este metal sea mayor.
El consumo de vegetales es la principal vía de entrada, además de la ingesta de agua.
Aunque parece que la cantidad de aluminio es inferior y no causa problemas, el agua de consumo también contiene pequeñas dosis. La Organización Mundial de la Salud (OMS) añade, por su parte, que un consumo elevado de analgésicos y antiácidos puede elevar la ingesta de aluminio hasta cinco gramos al día, ya que son también fuente de este metal.
Utensilios y envases de aluminio
Otra vía de entrada son los envases alimentarios, como las latas. El aluminio con que se fabrican entra en contacto con el aire y forma el óxido de aluminio, estable a un pH entre 4,5 y 8,5. Por este motivo, es un elemento idóneo para almacenar muchos tipos de alimentos. Garantiza que estos aumenten su vida útil sin alterar sus características organolépticas, ya que una laca interior protectora impide, además, el contacto del metal con el alimento.
Lo mismo ocurre con el papel de aluminio. No obstante, aunque no se contabilicen en los estudios oficiales, no deben omitirse.
En ollas y sartenes, el aluminio se encuentra en su forma insoluble, de ahí que su transferencia a los alimentos sea mínima. Sin embargo, se aconseja tener precaución en el momento de cocinar alimentos ácidos como el tomate o el limón, ya que pueden disolver la capa superficial de óxido metálico y favorecer la migración de aluminio en los alimentos.
SALUD Y METALES PESADOS
Entre los más peligrosos destacan el mercurio, el arsénico, el plomo, el cromo o el cadmio. Se consideran tóxicos por las concentraciones en las que pueden encontrarse y no por sus características esenciales, puesto que todos los seres vivos necesitan muchos de estos elementos para funcionar de manera adecuada. Eso sí, en concentraciones muy inferiores.
Se ha estudiado de forma exhaustiva la relación de estos metales pesados con algunos trastornos graves de salud. Varios tipos de cáncer, daños renales, retrasos en el desarrollo cerebral, alteraciones en el sistema inmunológico o, incluso, la muerte pueden ser consecuencia de una exposición prolongada a esos elementos. Según los expertos, la relación metal-enfermedad no está probada al 100%, pero sí hay una gran probabilidad.
El arsénico puede desencadenar bronquitis, cáncer de esófago, pulmón o enfermedades vasculares.
El cadmio está asociado con cáncer de próstata, nefrotoxicidad, alteraciones neurológicas o hipertensión.
El cromo, por su parte, se relaciona con cáncer de pulmón y alteraciones de hígado, y el mercurio afecta sobre todo al sistema respiratorio.
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