18 feb 2008

La revolución de los nuevos alimentos

¿Cómo puede “enriquecerse” lo que comemos? ¿Por qué se añaden bacterias a algunos alimentos, como los yogures? ¿Qué enfermedades provoca seguir una dieta errónea? ¿En qué consisten los productos funcionales? ¿Cuántos se comercializan en España?

Fuente: Muyinteresante (16 febrero 2008)


Entre los recuerdos indelebles de la infancia se encuentra la preocupación de los padres por nuestra correcta alimentación.

Las razones para invitarnos a rematar la ración de comida en el plato, o para probar un nuevo alimento, se apoyaban con todo tipo de estímulos y gratificaciones, incluyendo ¡cómo no! la información nutricional.

Así aprendimos que el queso tiene calcio, las lentejas llevan hierro y las naranjas vitamina C; que las almejas son ricas en yodo y muchos otros datos por el estilo, incluyendo alguno que con el tiempo hemos tenido que colocar en el capítulo de las fábulas, como que las espinacas sobresalen en hierro. En algunas épocas habíamos de tomar suplementos como calcio 20 o calcigenol, por aquello de construir un esqueleto fuerte para toda la vida.

Hemos aceptado que una nutrición equilibrada es la que aporta todos los nutrientes necesarios en la proporción adecuada. A la hora de hacer constar los componentes básicos de los alimentos nos centramos en su contenido energético –las kilocalorías– y en su composición química, desde los azúcares o hidratos de carbono –también llamados glúcidos y carbohidratos– y las proteínas, hasta las grasas, vitaminas y minerales.


Dado que existen muchos tipos de azúcares, proteínas, grasas, numerosas vitaminas y unos veinte elementos químicos necesarios para el ser humano, podemos hacernos una idea de lo complejo que es elaborar una dieta completa.

Hoy se considera que las dietas erróneas causan el 30% de las enfermedades cardiovasculares, el 50% de los casos de obesidad, el 35% de los cánceres y el 70% de los episodios de estreñimiento. El nutricionista Grande Cobián recomendaba comer de todo, y si se desea adelgazar, hacerlo en plato pequeño.

Desde la antigüedad se sabe que existen alimentos vinculados a algunas funciones vitales; los hay que provocan estreñimiento, y otros que son laxantes, unos que nos quitan el sueño y otros que lo inducen, los hay diuréticos y otros que provocan flatulencia... Por experiencia conocemos los que nos resultan indigestos, causan ardor de estómago, desencadenan migrañas o provocan alergias.


La alimentación y la salud están íntimamente relacionadas, no hay duda.

Se atribuye a Hipócrates, en el siglo IV a. de C., una sentencia que se ha convertido en el eslogan de muchos libros de recomendaciones dietéticas: “Que tu alimento sea tu medicina, y tu medicina tu alimento”.

En las estanterías del súper ha aparecido una legión de preparados que aseguran poder preservarnos de muchas enfermedades. A veces se denominan alimentos funcionales o nutracéuticos –una contracción de nutritivos y farmacéuticos– aquellos que contienen ingredientes que son beneficiosos para la salud. Es el caso de la vitamina C, porque además de ser una vitamina se comporta como antioxidante.
Estos alimentos se preparan a menudo a partir de uno tradicional, eliminando un componente no deseado –como las galletas sin gluten–, aumentando el contenido de algún nutriente –leche con calcio añadido o cereales con hierro–, o que incluso no contenía, como la leche con vitaminas A, D y E o con omega-3. En España se comercializan unos 200 tipos de alimentos funcionales.

Desde niños sabemos que el yogur es bueno para frenar la diarrea. Hoy lo relacionamos con los probióticos, unos suplementos alimentarios que contienen bacterias vivas y mejoran el equilibrio de la flora microbiana intestinal. En este capítulo se encuentran muchos lácteos. Para poder incluir bacterias en un probiótico, estas han de cumplir ciertos requisitos, por ejemplo, que sea propia su presencia en seres humanos, poder llegar al intestino y colonizarlo, y tener una eficacia probada científicamente. La investigación sobre estos preparados es compleja por la propia dificultad que entraña estudiar los microorganismos del tracto gastrointestinal. El yogur producido con bifidobacterias puede denominarse BIO, y el que usa Lactobacillus acidophilus, LC1.

Los alimentos funcionales incluyen los prebióticos, que son ingredientes no digeribles que estimulan la actividad de las bacterias del colon. Los recién nacidos tienen un trato gastrointestinal casi estéril, pero pronto empieza a ser “invadido” por bacterias presentes en la leche materna, como Bifidobacterium y Lactobacillus o bien por otras, como Escherichia coli, si toma preparados infantiles. En el intestino de un adulto viven unas 400 especies distintas y los alimentos prebióticos se ocupan de que todas –sobre todo, las amigas– estén bien alimentadas. Entre otras cosas, los prebióticos reducen el riesgo de padecer caries, estreñimiento, diabetes y obesidad.

Ingerir una cierta cantidad de fibra ha demostrado ser beneficioso, así que muchos alimentos funcionales la contienen. En general, está formada por hidratos de carbono resistentes a los ácidos y enzimas de los jugos digestivos. Un ejemplo típico es el salvado, que a veces se puede ver en panes, pastas y galletas integrales. Pero también contienen fibra muchos otros vegetales. En esencia, esta se clasifica en fermentable o soluble e infermentable o insoluble. La primera es transformada por las bacterias del colon, dando lugar a ácidos grasos y gases. Retiene el agua y reduce la viscosidad, lo que acelera el tránsito intestinal.

La fibra dietética combate desde el estreñimiento y la obesidad hasta las enfermedades coronarias. Es posible incluso que reduzca el riesgo de sufrir cáncer de colon. En el caso de adultos, se recomienda un consumo diario de unos 30 gramos. Las mejores fuentes de fibra son los vegetales, las frutas, legumbres y cereales enteros. Además, en el mercado existen alimentos enriquecidos con fibra, como yogures, cereales y galletas.

Ecológicos: dos veces verdes

Verde por vegetal y verde por ecológico. Así se etiquetan algunos alimentos cuyos ingredientes se han obtenido sin emplear productos químicos de síntesis, incluidos los fitosanitarios, que se usan sólo en caso de riesgo inmediato. En lo que concierne a la ganadería, los animales han de disponer de cierto espacio al aire libre por cabeza.
En general, la agricultura ecológica presenta ventajas, pues reduce el impacto ambiental y favorece la remineralización del suelo. Sin embargo, produce menor rendimiento y requiere más mano de obra. Además, el valor nutricional de los alimentos ecológicos no difiere mucho del de los convencionales. Lo que sí resulta recomendable es adquirir productos locales, pues probablemente serán más frescos y conservarán mejor.



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