24 ago 2007

La respiración del aire

Fuente: elmundo.es
Autor: JOAQUÍN ARAÚJO
(12 de febrero de 2007)

Para enfrentarnos al cambio climático, tendremos que comprender mejor qué es el aire.


La vida es capicúa. Por tanto, podemos y debemos leerla en ambas direcciones sin que varíe su sentido, propósito o contenido. Solo nosotros, los dotados de capacidades matemáticas, nos empeñamos en leerlo casi todo al derecho, o al revés. Ser unidireccionales desata muchos de los atroces comportamientos que lo mismo nos destruyen como esquilman la riqueza natural.


En los otros seres vivos, en sus ambientes, en los procesos y en los ciclos casi todo es recíproco.


Todo es pregunta y respuesta al mismo tiempo. De ahí que, de cara al denominado cambio climático, nos resulte tan necesario comprender algo tan crucial como el título de este texto.


Creo, sinceramente, que cuando se entiende que los elementos son partícipes directos, cuando no constructores, de lo que ellos mismos se proporcionan y nos proporcionan, las cosas comienzan a funcionar mejor. Quiero decir que el aire respira, el agua bebe, la luz ve y la tierra come, sino que por hacerlo es posible que nosotros inhalemos una parte de la atmósfera, bebamos la frescura líquida, podamos admirar el mundo y nutrirnos.


Dejar que el aire respire pasa por saber lo que le estamos haciendo respirar. Y no sólo se trata del ya más que famoso CO2. A la atmósfera van a parar decenas de otros gases bastante más peligrosos: humos de incendio, aerosoles, partículas de todo tipo y condición, radiactividad, tierra, polvo, todo ello entreverado de moléculas de todos los metales pesados, que es lo más peligroso que el ser humano pone en libertad no deseada. En suma, todo el repertorio imaginable de lo sucio, peligroso y hasta letal.


Con el agravante de que nuestro primer alimento es precisamente ese leve prodigio envolvente y amparador que llamamos aire. Materia, poética donde las haya, ya que lo es de los suspiros, de la palabra pronunciada, de la espuma y, por supuesto, de ese ingente azul llamado cielo que tenemos sobre nuestras cabezas. Pero no menos, insisto, esos 14 kilogramos diarios que cada persona inhala para que todos sus motores la muevan.


Cuando comencemos a dejar que el aire respire su propia identidad: esa leve, suave, vivificante combinación de gases, también se habrá iniciado el pago de la descomunal deuda contraída con la base de la vida por no haber querido reconocer que la mejor conducta es aquella que devuelve, una vez dadas las gracias, lo mismo que ha recibido.


En este caso: TRANSPARENCIA.


"La atmósfera comparte su dulzura con todos"Jorge Guillén (1893-1984)

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